Platero es pequeño, peludo, suave, tan blanco por
fuera, que se diría todo de algodón, que no tiene huesos.
Este es el inicio del
cuento “Platero y yo”, de Juan Ramón Jiménez. Recuerdo que cuando éramos
pequeñas una de mis hermanas se sabía de memoria un buen trozo del primer
capítulo y le gustaba recitarlo. ¡¡Vaya memoria!!
Platero era un burro
pero si hubiese sido un caballo, habría sido como el de esta tarta (pestañazas
y flor en la boca incluidas): es pequeño, suave, muy muy blanco y aunque no es
de algodón… ¡es cierto que no tiene huesos! Lo malo es que recuerdo que mi
hermana decía algo de un “trotecillo suave” (yo no tengo tan buena memoria como
ella), y en eso sí que no vamos a poder competir con el Platero original por
razones evidentes.
Nuestro Platerillo,
llamémosle así, pero no el de la tarta sino el de carne y hueso, no solo trota
sino que salta, corre y todo lo demás. ¿Y quién le dice lo que hacer?? Carmen.
Nueve años. No sabéis que guapa está en las fotos montando a su caballito. Ya
os conté en una entrada anterior el respeto que me causan los caballos así que
si encima la jinete no llega a los diez años ni al metro cincuenta, tengo que
hacerle la ola. Jejeje
Y eso que el otro día,
haciendo memoria, me acordé de que mi abuelo tenía un caballo. Pero claro, se
fue hace…. ¿siglos? Por eso casi no me acordaba…. Pero sí recuerdo una pequeña
aventura con mis hermanas, mis primos y el caballito. ¡¡¡Pasamos un
susto!!! Qué tiempos aquellos
jejejejjej. Ya os lo contaré otro día que vayamos con tiempo.
Hasta pronto.
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