Manolo,
uno de mis clientes más fieles, tuvo una celebración doble el pasado fin de
semana. Por un lado era el cumple de su padre y por otro querían celebrar
también el aniversario de boda de los papis, que había sido unos días antes.
Y aunque
parezca lo contrario, el reto no fue como conjugar ambas cosas en una sola
tarta, dando prioridad al cumple puesto que era lo que se celebraba ese día,
sino que lo más difícil fue como conseguir que la tarta llegara entera a su
destino.
No es que
yo sea una exagerada pero ya me diréis como harías para transportar en las
manos una tarta de algo más de dos kilos hasta el garaje que está como a 4
minutos andando (¡justo el día que más necesitaba encontrar un sitio para
aparcar cerca de casa estaba toda la calle a tope!).
Que sí,
que parece fácil… pero añadid que la tarta iba dentro de una bolsa gigante que
se inflaba e inflaba a causa del viento huracanado que soplaba amenazando con
acabar boca abajo sobre la acera.
Y añadid,
además, que vais acompañados por una niña de dos años, montada en su “moto”
que, por culpa del viento que le metía el pelillo en los ojos, perdía el
equilibrio a cada paso (ya he dicho que eran vientos huracanados, ¿no?).
En fin,
fueron cuatro minutos muuuy intensos....
porque encima me entró la risa floja de verme en tal situación, especialmente
cuando tuve que dejar la tarta encima del capó de un coche para socorrer a la
pobre niña accidentada o cuando empecé a bajar la rampa del garaje e iba
haciendo equilibrios, sujetando la tarta con una mano y a la niña (por el gorro
del abrigo) con la otra para que no se lanzara rampa abajo y se me estampara
contra la pared del garaje.
Pues eso,
que fue todo un reto. Al menos la tarta salió ilesa de todo esto, que era lo
importante.
Hasta pronto.
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